viernes, 30 de agosto de 2013

Querer y (no) poder

Hoy me he levantado con la vena sociológica y me apetece hacer un análisis (con trazos de crítica) de lo que inspira la sociedad que me rodea.

Fuente: www.reseteados. com

Voy a comenzar con un cómico ejemplo de "especie social". A pesar de la actual coyuntura de crisis económica, algunas personas (de las cuales las madres de familia con hijos pequeños son un especial prototipo) pretenden seguir aparentando una ostentación sin igual por medio de comportamientos explícitos, que son indudables señales para todo buen observador del ecosistema social: hablas amaneradas o fingidas rayanas en lo cursi, modos de andar artificiosos, etc.

Muchas personas presumen de apariencia aunque, como se dice coloquial y vulgarmente, no tengan donde caerse muertas. También usamos alguna vez con malicia la frase: "fulanito y menganita son unos muertos de hambre". Y es que, maledicencias aparte, a pesar de que ha pasado más de un siglo no estamos muy lejos de aquella sociedad española de mediados del XIX que retrató nuestro Pérez Galdós en su novela La de Bringas, donde el "quiero y no puedo" en la compra de vestidos y joyas por parte de una dama burguesa venida a menos, se convierte casi (y sin él) en una filosofía de vida. Mucho más conocido es el ejemplo literario de Madame Bovary de Flaubert, escritor francés que con su fino sentido del realismo, y desde una óptica tragicómica, desgrana los infortunios y estrecheces económicas en las que el personaje protagonista se envuelve, cuando consigue una posición social holgada, fruto de su matrimonio con el médico Charles Bovary. Ese mantenimiento de un ritmo de vida inadmisible, pleno de lujos y placeres materiales mediante trampas, deudas y préstamos bancarios infinitos que llegan hasta su mismísimo cuello que cubría con finos collares, será la causa de su absurdo suicidio. Dos mujeres que reflejan un modo de vida común en su época, quizá desmesuradamente dramático en el caso de Flaubert.

Pero no es menos común que en la sociedad presente, para mantener ese status social que no es más que pura apariencia de cara a los demás, gran número de personas hayan echado mano de la ayuda de los "eternos suministradores de deseos a corto plazo", como son los bancos, llegando a hipotecar no sólo bienes materiales (ese coche de alta gama que adquiero porque tengo tirria del que tiene mi vecino, o aquel que regalo a mi hijo para que farde con sus amigos), sino también su tiempo y ratos de ocio, como las vacaciones de verano (disfrutándolas primero y pagándolas, si pueden, después). El "alterne social" tiene también suma relevancia: irse de bares y terrazas todos los fines de semana es, para muchas familias o parejas, un ritual del que es imposible prescindir, como el irse de vacaciones todos los años o esa desproporcionada entrada para un partido de fútbol o una corrida de toros.

Y claro, el caso más paradigmático y que en parte nos ha llevado a donde estamos: adquirir un inmueble (porque el sistema favorecía y alentaba adquirir una casa en propiedad) mediante un préstamo hipotecario a 20, 30 ó 40 años. Una gran parte de nuestra vida que no estaba asegurada o estabilizada laboralmente y que en muchos casos se ha convertido en un triste desahucio por imposibilidad de medios materiales para afrontar tal derecho a la vivienda, consecuencia de una imposible previsibilidad y previsoriedad del futuro a medio y largo plazo de la situación económica por todas aquellas personas que no son ni certeros economistas ni profetas. Este último caso es demasiado complejo como para simplificar con ello el hecho del "quiero y no puedo" de la sociedad, una máxima que hasta hace pocos años era "quiero y puedo" y que en nuestros días se ha convertido en el "vivimos por encima de nuestras posibilidades".

No discuto esa famosa coletilla que ahora se escucha hasta la saciedad en tertulias y debates. Y es que, como ya se ocupó de analizar sobresalientemente Ortega y Gasset allá por los años 20 y 30 del pasado siglo en su ensayo absolutamente contemporáneo La rebelión de las masas, la sociedad se encuentra en un estado cada vez mayor de satisfacción de sus necesidades (de potencialidad vital) gracias a los progresos de la técnica y la civilización. Se ha aumentado a proporciones estratosféricas el nivel de vida y sus comodidades gracias al sistema económico, social y político en el que vivimos: ahora en mayor grado que cuando Ortega escribió ese interesantísimo análisis sociológico.

La inclinación consumista es una de las más naturales a nuestra esencia humana. La humanidad si tiene las posibilidades y la circunstancia le favorece, compra, vende, alquila, hipoteca... todo para poder vivir mejor que hasta ahora, por ansiar conseguir una mayor calidad de vida. Los tradicionales "ricos de cuna" se han visto complementados por el ascenso de unos "nuevos ricos" que gozaban de todo lo que la sociedad civilizada les brindaba en comodidades y deseos. Pero ese advenimiento progresivo de una clase media imperante (el hombre-masa de Ortega) se está desvirtuando. Venir de menos a más en la escalada social se lleva mucho mejor (y es lo natural) que pasar de la holgura a la escasez, o en su caso, miseria. Desafortunadamente, la actual crisis con su importación de carestía ha traído la inversión del progreso social. El no llevar a los hijos al colegio privado cambiándoles a la escuela pública, desapuntar a la niña de sus clases de sevillanas o al niño de kárate son algunos de los ejemplos menos graves de la nueva acomodación a los tiempos presentes de la clase media si se compara con otras situaciones sociales mucho más dramáticas a las que con demasiada frecuencia asistimos y de las que los comedores sociales están repletos.

¡Cuántas veces habremos oído a nuestros abuelos, que vivieron la guerra y la posguerra española, qué bien se estaba viviendo -y en parte se sigue viviendo- en esta sociedad! Todo el mundo vivía a todo tren, sin freno, sin mesura, al minuto, sin pensar en lo que depararía el mañana; pensar en ahorrar era una broma, ya que la economía en su conjunto funcionaba como una gran locomotora abigarrada de combustible infinito. Como es habitual en ella, la realidad se impuso tajantemente, con toda su crudeza y ferocidad.

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